Los agricultores deforestan una gran parcela para sembrar tabaco. Después de dos cosechas, la tierra se ha agotado y los mismos labradores talan otro trozo de selva para continuar con esta práctica.
El siguiente paso en la destrucción proviene de los tratamientos que hay que dar al tabaco para que tenga el aroma deseado por los productores. Para que las hojas verdes se vuelvan marrones y adquieran el aroma típico del tabaco, se han de fermentar a temperaturas de 70 ºC. Si bien en los países desarrollados el tabaco se seca con quemadores de aceite o gas, en los países menos avanzados arrebatan la madera a la selva para incinerarlo. Los países más afectados por estas prácticas son Paquistán, Tailandia, India, Brasil y Filipinas. El tiempo de fermentación y secado es de una semana y se calcula que con un árbol adulto sólo se obtiene la energía necesaria para la fermentación de 300 cigarrillos (datos de la Organización Mundial para la Salud).
La cantidad de maderas tropicales empleadas para el tratamiento inicial del tabaco es superior a todas la exportaciones mundiales de madera de los países tropicales. Esto sin contar el papel que se gasta posteriormente en la elaboración de los cigarrillos, paquetes y cartones que los contienen.
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